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Volcán Guagua Pichincha:
escalada
deportiva libre en las paredes de roca.
Aquel
día llegamos hasta la población de Lloa y seguimos
un camino que, poco a poco, nos llevaba ascendiendo por las laderas
de la montaña, siempre acompañados por un magnífico
clima, soleado y despejado, que, a medida que subíamos, nos
regalaba una fantástica vista panorámica de algunos
de los varios, altísimos e imponentes volcanes de la región
(la denominada "Avenida de los Volcanes"): El Taita
Imbabura, el Cayambe, Antisana, Pasochoa,
Cotopaxi, Rumiñahui, el Iliniza y el
Tioniza, el Atacazo, e incluso, por lo menos, una
punta del Chimborazo, bien al fondo, a más de, por
supuesto, el Rucu Pichincha, el Padre Encantado,
y Cruz Loma, donde se levanta el moderno teleférico,
la más reciente atracción

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Los
sembríos, las pocas y sencillas villas de los campesinos,
los animales pastando, el contraste de los colores cálidos
y verdosos con el cielo de un azul impecable, apenas manchado por
alguna atrevida nubecilla, las impresionantes cúspides tanto
del Rucu como del Guagua
es imposible no emocionarse
ante éste panorama, al que hay que añadir, ciertamente,
la increíble vista a la ciudad de Quito
No puedo imaginar
el estremecimiento y alboroto que debió sentirse a mediados
del 99 cuando el Guagua "despertó", con
la enorme columna de humo y cenizas que salió de su cráter
y que cubrió buena parte de la urbe. Y si a ello le sumamos
el hecho que la Mama Tungurahua empezara también,
casi a reglón seguido, un proceso eruptivo, que aún
continúa, y que, como un efecto en cadena, empezó
a despertar otros colosos de nuestra serranía, da razones
para pensar que estamos en un verdadero "Cinturón
de Fuego"
No en vano se dice: "Cuando el niño
(el Guagua) despierta, la madre (Tungurahua) responde".
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Casi
hora y media después que partimos, llegamos al Refugio del
Guagua Pichincha, a 4550 metros de altitud, y nos preparamos
(guantes, botas de montaña, y ropa cómoda y abrigada) para
emprender la escalada de la montaña, por su lado rocoso,
con imponentes y puntiagudas aristas. Las piedras parecían
disponer intrincados escalones a cada paso, a veces firmes, a veces un
tanto resbaladizas
había que estirarse lo más posible
para seguir ascendiendo y vencer cada obstáculo, buscando el camino
en aquellos muros. Lo mejor era no mirar hacia abajo para evitar el inevitable
vértigo. La sensación de aferrarse a las rocas,
de experimentar ésa "libertad de montaña",
como la denomino, apenas sujeto con pies y manos a las rocas, la adrenalina
y el ansia de llegar a la cima, que parecía eterna de alcanzar
todo éste cúmulo de emociones, imposibles de describir en
realidad, acompañaban cada paso, a ratos vacilante, a ratos más
seguro, e impulsaban a continuar, con mejor ritmo, hasta que, sin más,
alcanzamos la primera de las dos cumbres, a más de 4781 metros
de altitud.
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El
fortísimo viento arreciaba, y nos detuvimos tan sólo
unos minutos para recuperar el aliento, luego de lo cual continuamos
por estrechos canales y un pequeño pero sinuoso precipicio,
y un último esfuerzo (10 metros más, de altura, no
de distancia), hasta llegar a la segunda cumbre, a 4791 metros,
y con ello el regocijo del paisaje del cráter, sus
fumarolas, las paredes que habíamos escalado instantes
antes, el camino recorrido, la Avenida de los Volcanes en
todo su esplendor, el Sur de la ciudad de Quito, y, más allá,
el inicio del Bosque Nublado (Mindo), e imaginar,
tras aquel, la Costa Ecuatoriana... Momento de las fotografías
y felicitaciones de rigor
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Quién
diría que, poco después de aquello, estaría por demás
agradecido del "entrenamiento" que me proporcionó aquella
escalada, pues haría una excursión al Quilotoa, que
incluiría no sólo descender a la laguna volcánica
para acampar, sino volver a subir con todo el equipo y luego recorrer
todo el perfil de la montaña, cúspide por cúspide,
atravesando por pasajes pedregosos, campos cultivados, y vastos arenales,
con vientos que levantaban constantes polvaredas que a ratos dificultaban
la caminata, que en total tomó unas seis horas, a más de
la hora y media que tomó subir de la laguna al parqueadero en primera
instancia
El descenso del Guagua (en 25 minutos, aproximadamente) lo realizamos
por una parte más arenosa, que en más de una ocasión
propició un resbalón a algunos metros más abajo,
pero que en definitiva resultó bastante divertido y menos complicado
que la ascensión, que tomó poco más de 45 minutos,
desde el Refugio hasta la 2da cumbre. Cuando volvimos al vehículo,
en el Refugio, estábamos con raspones, piedrecillas y arena
por todas partes, cansados, pero felices y por demás satisfechos
de ésta experiencia tan increíble que bien vale la pena,
sobretodo a quienes gustan de las montañas, la aventura, el riesgo
(hubieron partes en las que había que balancearse un poco para
alcanzar la siguiente arista), y los increíbles paisajes de la
Serranía de nuestro país.
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